Venezuela: preparen sus billetes
La mejor forma de empezar mi relato sobre las dos semanas que hemos pasado en Venezuela es por el principio:
Mientras yo esperaba en Frankfurt, el resto del grupo esperaba, en el mostrador de Lufthansa en el aeropuerto de Dublín, a la confirmación de sus plazas.
Volar en "stand-by", es decir, con billetes para empleados de la compañía, es lo más barato, pero también lo más inseguro. El billete no tiene fecha, ni hora, ni asiento ni na, solo origen y destino. Con él te plantas en el aeropuerto y si queda algún asiento libre, te subes. Si no, no.
En nuestro caso, no nos hacia falta una plaza, sino siete, pero a eso ya llegaremos. De momento estábamos en el viaje de Dublín a Frankfurt y, aunque sólo hacían falta seis, la cosa ya pintaba mal. Tan mal que hasta el último momento no les dejaron facturar y tan al último momento que ellos llegaron al avión, pero las maletas no.
10% del viaje, y 80% de las maletas, ya se han quedado atrás, y no iban a llegar hasta después de nuestro vuelo al día siguiente. Decidimos intentar volar a Caracas a la mañana siguiente y rezar las ocho horas de viaje para que las maletas nos buscaran a nosotros.
También tuvimos que rezar también toda esa noche para que nos hicieran sitio en un vuelo para el que había como 20 reservas más que asientos.
En el mostrador de facturación, cuando dijimos que íbamos 7 en stand-by, no se rieron de nosotros por respeto y nos dieron tarjeta de embarque sin plaza confirmada. Llegamos a la puerta de embarque con nuestra mejor sonrisa y la azafata nos dijo, con su mejor sonrisa, que ni de broma cabíamos.
El vuelo estaba lleno, pero haciendo malabarismos y promocionando a pasajeros a primera clase, consiguieron meter a tres en el avión. Los demás, a esperar hasta el día siguiente, con la angustia de que si este vuelo ya pintaba mal, el siguiente pintaba peor.
Nos paramos a mitad de camino, aún en el aeropuerto, para preguntar por nuestras maletas y lamentar nuestra mala suerte, cuando John, uno de los que estaban en el avión nos llama al móvil porque la azafata dice que sí que hay sitio para nosotros.
Una familia no se había presentado en el último momento dejando cinco sitios libres. No sé cuantas casualidades o causalidades se dieron en esos cinco minutos, pero al final acabamos todos en el mismo avión, según lo planeado, rumbo a Caracas.
Sólo faltaban las maletas, que llegaron al día siguiente.
Mientras yo esperaba en Frankfurt, el resto del grupo esperaba, en el mostrador de Lufthansa en el aeropuerto de Dublín, a la confirmación de sus plazas.
Volar en "stand-by", es decir, con billetes para empleados de la compañía, es lo más barato, pero también lo más inseguro. El billete no tiene fecha, ni hora, ni asiento ni na, solo origen y destino. Con él te plantas en el aeropuerto y si queda algún asiento libre, te subes. Si no, no.
En nuestro caso, no nos hacia falta una plaza, sino siete, pero a eso ya llegaremos. De momento estábamos en el viaje de Dublín a Frankfurt y, aunque sólo hacían falta seis, la cosa ya pintaba mal. Tan mal que hasta el último momento no les dejaron facturar y tan al último momento que ellos llegaron al avión, pero las maletas no.
10% del viaje, y 80% de las maletas, ya se han quedado atrás, y no iban a llegar hasta después de nuestro vuelo al día siguiente. Decidimos intentar volar a Caracas a la mañana siguiente y rezar las ocho horas de viaje para que las maletas nos buscaran a nosotros.
También tuvimos que rezar también toda esa noche para que nos hicieran sitio en un vuelo para el que había como 20 reservas más que asientos.
En el mostrador de facturación, cuando dijimos que íbamos 7 en stand-by, no se rieron de nosotros por respeto y nos dieron tarjeta de embarque sin plaza confirmada. Llegamos a la puerta de embarque con nuestra mejor sonrisa y la azafata nos dijo, con su mejor sonrisa, que ni de broma cabíamos.
El vuelo estaba lleno, pero haciendo malabarismos y promocionando a pasajeros a primera clase, consiguieron meter a tres en el avión. Los demás, a esperar hasta el día siguiente, con la angustia de que si este vuelo ya pintaba mal, el siguiente pintaba peor.
Nos paramos a mitad de camino, aún en el aeropuerto, para preguntar por nuestras maletas y lamentar nuestra mala suerte, cuando John, uno de los que estaban en el avión nos llama al móvil porque la azafata dice que sí que hay sitio para nosotros.
Una familia no se había presentado en el último momento dejando cinco sitios libres. No sé cuantas casualidades o causalidades se dieron en esos cinco minutos, pero al final acabamos todos en el mismo avión, según lo planeado, rumbo a Caracas.
Sólo faltaban las maletas, que llegaron al día siguiente.
1 comentario:
pues a mi no me importaria viajar asi de barato e inseguro a chile....ejem, ejem....
un besinho piltrafilla!!
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